Me llamo Melanie Ferrero. Vivo en España, en Madrid. Soy una chica normal, del montón; siempre había odiado ser una más entre millones.

Justo en el momento en el que pensaba que mi vida no podía ser más monótona, llegó él a mi vida y la puso patas arriba, me hizo destacar y sentirme la más especial del mundo entero con una sola mirada y una sonrisa.

Pero, claro, la vida no podía ser tan fácil.

martes, 13 de septiembre de 2011

Cap. 1: De mala gana

-Mamá, no me puedo creer que me estés haciendo ésto -dije a mi madre mientras me ayudaba a cargar la maleta en el compartimento del tren.
-Lo sé, Mel -volvió con mi mochila y una bolsa de comida.
-¿Quieres escucharme, mamá? Sabes que odio estar allí. No hay nada en kilómetros a la redonda, Internet todavía no se ha descubierto y todos los habitantes tienen de sesenta para arriba...
-Tu abuela te necesita, cariño.
-Lo sé y lo comprendo, mamá... pero ¿por qué tengo que ir yo? ¡Papá es su hijo! Debería ir él, y no yo. Son vacaciones, sólo quiero divertirme con mis amigos y salir por allí en pandilla. ¡Lo cual es imposible si me metes en un tren con un billete a la edad de los dinosaurios!
-Sólo es una semana, Mel.
-Te recuerdo que en ésta semana está previsto que venga Justin Bieber a España. ¡Mamá, estás estropeándome el mejor momento de las vacaciones!
-Lo siento, hija, pero es lo que hay.
De un empujoncito me metió en el tren. Sonó un pitido y las puertas se empezaron a cerrar.
-¡Por favor, mamá!
-¡Que te diviertas! ¡Llámame cuando llegues! -me mandó un beso con la mano cuando las puertas se cerraron definitivamente. Ahora, todas las posibilidades de escapar del tren se habían esfumado. Tuve que resignarme a volver enfurruñada a mi cabina y conectarme el iPod a todo volumen. A medio viaje pasó una señora con un carrito, y le compré unas patatas fritas Campesinas (ignorando olímpicamente la bolsa con el sándwitch vegetal y la manzana que me había preparado mamá) y un Nestea de limón.
Después de acabar con las patatas y el refresco, apoyé la cabeza contra la ventanilla del tren y observé pasar fugazmente los campos y pueblecitos. Cada vez hacía más calor; ya eran cerca de las cinco. Pronto acabaría el viaje. Pronto estaría en el barrio de dinosaurios donde vivía mi abuela.
Lo más lejos posible de Justin Bieber, vamos.
Cuando por fin bajé del tren, busqué con la mirada a mi primo Sergio. Aunque él vivía en Madrid, estaba en León por asuntos personales (supongo que alguna novia o algo así, pero no me había querido decir nada) y se prestaba a llevarme de la estación del tren a la casa de la abuela.
Allí estaba, apoyado en su coche negro y reluciente. Sonreí mientras cruzaba la verja y él me ayudaba a cargar las maletas en el maletero. Sergio era el típico malote rompecorazones; dieciocho años, con una cara de cuidado, cresta y piercings... A mucha gente le daba miedo cruzarse con él en la calle, pero para mí era como un hermano. Habíamos crecido juntos, y él sólo me sacaba tres años, por lo cual había sido mi compañero de juegos durante mucho tiempo. Luego, él me dejó por las chicas y yo a él por los chicos... pero aún conservábamos una bonita amistad.
Me llevó a casa de la abuela, riéndose de mis quejas por tener que pasar una semana desconectada de Internet. Mantuvimos un interesante debate sobre Justin Bieber; como siempre, él decía que era un niño mimado que ganaba millones por gemir: Baby baby baby ooh, el típico cantante de moda comercial que no duraría ni tres años. Yo, en cambio, le recordé que Justin se hizo famoso porque su madre subía vídeos suyos a Youtube, cantando en concursos y tal con 12 años. Ahora tenía 17 años y era el ídolo de masas juvenil; adorado y odiado, estaba forrado y se dedicaba a dar conciertos, escribir canciones y quedar con su novia, Selena Gomez. Que su vida estaba regida por la presión y el trabajo, que no tenía tiempo ni para los amigos ni la familia, que en el fondo sólo era un chico normal.
Cuando llegamos a casa de la abuela, ni siquiera habíamos alcanzado un acuerdo. Bueno, así había sido desde siempre. Sergio y yo teníamos opiniones muy distintas de Justin Bieber y jamás cambiaríamos de opinión.

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